Confer Coval

524 mártires, 68 de ellos maristas, serán beatificados el 13 de octubre en Tarragona. Brasas ardientes, 
testigos de la fe.

(Emili Turú, superior general de los Maristas)

Queridos maristas de Champagnat:
En ocasión de la fiesta de nuestro fundador en este año 2013, he querido unir el tradicional mensaje enviado en estas fechas con la comunicación de la alegre noticia de la inminente beatificación de los H. Crisanto, Aquilino, Cipriano José y 65 compañeros (dos de los cuales, laicos), mártires en España entre los años 1936 y 1939.
Nuestro grupo de mártires forma parte de un total de 524 personas, testigos de la fe y mártires en la España del siglo XX, que serán beatificados en Tarragona (España), el domingo 13 de octubre de 2013.

Esta celebración coincidirá con la clausura del año de la fe, inaugurado por el Papa Benedicto XVI en Roma, en octubre de 2012, al inicio del Sínodo sobre la Nueva Evangelización. Por eso mismo, como Instituto marista, hemos querido subrayar esa dimensión de profundidad que animaba a nuestros mártires, calificándolos de testigos de la fe.

La palabra mártir, proveniente del griego, significa testigo todavía hoy en esa lengua. ¿No es esto lo que ha sido cada uno de los miembros de ese grupo plural de 68 mártires? De edades que oscilan entre los 19 y los 63 años (dos tercios de ellos tenían menos de 40 años); de orígenes geográficos y familiares muy diversos (tres de ellos eran franceses); con habilidades y capacidades distintas; hermanos y laicos... Lo que tenían en común era una fe profunda que dio sentido a sus vidas y, llegado el momento, también a sus muertes.

Inspirados por María, seguidores de Champagnat, hoy nos interpelan a nosotros, que vivimos en los albores del siglo XXI. Es verdad que su memoria queda lejana en el tiempo, y quizás no comprendemos del todo los procesos de beatificación y canonización, pero la verdad es que ellos nos sorprenden con un mensaje totalmente de actualidad.

A continuación encontramos la lista de quienes van a ser beatificados. En ella se detalla el nombre como religioso (en aquella época se cambiaba el nombre en la toma de hábito); el nombre de familia; el lugar de origen y la edad que tenían cuando fueron asesinados.



• Brasas ardientes
En mis salidas en bicicleta por Roma, he pasado muchas veces al lado de un par de pequeñas lápidas en recuerdo de alguien que murió en ese lugar hace muchos años. Están situadas al borde de una pista para bicicletas, en las afueras de la ciudad. En una de esas placas se puede ver la fotografía de un hombre joven, y esto me suscita muchos interrogantes, todavía sin responder, sobre la causa de su muerte.

En la otra placa está grabado un hermoso verso:

Si è spento il sole nei tuoi occhi,
è scesa la notte nel mio cuore.

Es decir:

Se apagó el sol en tus ojos,
se hizo de noche en mi corazón.

En los casi doce años que llevo en Roma nunca han faltado flores en ese lugar; incluso alguna vez he visto pequeños juguetes puestos allí seguramente por algún niño. Lo interpreto como un canto al amor fiel, que mantiene la memoria de la persona amada más allá de los estrechos límites de espacio y tiempo. Un amor que conecta con las raíces, para no olvidar la propia identidad.

Quisiera contemplar a nuestros 68 mártires con una mirada similar a la de quien todavía hoy pone flores donde murió la persona amada. Y hacerlo con la serenidad que da el tiempo pasado, con un afecto lleno de agradecimiento y con el orgullo de saber que somos miembros de su misma familia.

Nos sentimos parte de una gloriosa tradición de mártires, que son para nosotros como brasas ardientes que mantienen vivo el rescoldo de la fe. En palabras de uno de tantos mártires de la Iglesia, Santo Tomás Moro, la tradición no consiste en mantener las cenizas, sino en transmitir la llama; ésa es, pues, la tarea que nos corresponde hoy a nosotros: pasar a las futuras generaciones una llama que no nos pertenece y que, a nuestra vez, hemos recibido como un don.

Teniendo a nuestro alrededor tan gran nube de testigos, dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante. Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona...  No os canséis ni os desaniméis, pues aún no habéis tenido que llegar hasta la muerte en vuestra lucha... (Heb 12)


• Brasas ardientes, testigos de la fe

La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio.
Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva.
(Pablo VI, Evangelii nuntiandi 21)

TESTIGOS DE LA EXPERIENCIA DE DIOS
Feliz tú que has creído; así saluda Isabel a María cuando ésta va a visitarla. Esta expresión, en palabras de Juan Pablo II, es como una clave que nos abre a la realidad íntima de María (Redemptoris Mater, 19).
Peregrina de la fe, María recorre durante toda su vida un camino de luces y sombras, incluso a veces sintiendo una particular fatiga del corazón, unida a una especie de "noche de la fe" -usando una expresión de San Juan de la Cruz-, como un "velo" a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio (Redemptoris Mater, 17).
Reconocemos que también Marcelino Champagnat fue un hombre de fe (Constituciones maristas, 81). Es decir, experimenta a Dios de tal manera que se abandona confiadamente en sus manos, y así su vida entera se llena de sentido y paz. Decir que nuestro fundador fue un hombre de fe significa que su vida no puede entenderse sin ese elemento fundamental.
Tanto María como Champagnat, testigos de la experiencia de Dios, nos dan la clave de las razones profundas que movieron a nuestros mártires. Estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? (EN).

• Hablando en general del testimonio de nuestros hermanos, un antiguo alumno que les conoció afirmaba: Para alcanzar el martirio, tuvieron virtudes extraordinarias. Reconozco que hubo bastantes Hermanos que a la primera ocasión abandonaron la vida religiosa y se secularizaron. Pero éstos se mantuvieron firmes hasta el último momento en su estado religioso, y por eso alcanzaron el martirio.

• El H. Pablo Daniel, de la comunidad de Mataró, que muere a los 28 años, es un joven entusiasta, dinámico, piadoso, y causó un profundo impacto en sus alumnos, debido a su preparación cultural, a su trabajo, a su actividad pastoral, y sobre todo por la calidad de su vida. Sus alumnos veían en él a un forjador de hombres y de cristianos auténticos. En la celda del barco-cárcel Argentina, donde ha sido arrestado, hay otros cinco detenidos. Esta celda se transforma rápidamente en monasterio: misa diaria, meditación matutina, rosario completo, meditación y oración de la noche; organizan retiros e incluso las ceremonias de Semana Santa. El sacerdote aseguraba la misa, pero era el H. Pablo Daniel quien dirigía las oraciones y hacía las homilías. Por su gran espíritu de fe y su tacto para confortar y animar le llamaban el "ángel consolador". Rápidamente llega a ser el confidente de los detenidos de las otras cabinas deseosos de dejarse contagiar por la fe del Hermano.

• El H. Crisanto es el encargado de 25 aspirantes en Les Avellanes. Ante las amenazas, los jóvenes son acogidos por diferentes familias del pueblecito de Tartareu. Crisanto los visita y anima: No puedo separarme de los jóvenes que tengo bajo mi custodia. Citado por el Comité revolucionario, se presenta sin recelo. A la gente del pueblo les dice: Si me matan será por el único motivo de ser religioso marista y por cumplir con mi deber. ¡Si así acontece me considero feliz! ¡Cómo voy a abandonar a mis queridos aspirantes! Mientras viva, y con la ayuda de Dios y de la Santísima Virgen, cuidaré de todos ellos. En el momento del asesinato implora a sus verdugos: Por el amor de Dios, no me matéis, dejadme estar al cuidado de mis jóvenes. Crisanto es asesinado; los jóvenes consiguieron pasar la frontera francesa.
Según testigos presenciales, el H. Crisanto avanzó hacia el martirio sonriente y tranquilo, despidiéndose de las personas más cercanas.

• El H. Aquilino era formador de novicios en Les Avellanes. Con otros 3 hermanos enfermos los llevan hasta el frontón de la casa. Aquilino toma la palabra: Como hombre, os perdono; y como católico, os lo agradezco, pues ponéis en mis manos la palma del martirio que cualquier católico debe anhelar. Seguidamente, los verdugos le dicen: Ahora, ¡date la vuelta! El H. Aquilino responde: No, de cara. Los milicianos dispararon y los cuatro hermanos cayeron al suelo.

• Un señor que vivía cerca del lugar de ejecución del H. Jorge Luis, de la comunidad de Toledo, asegura que oyó perfectamente cómo perdonaba de todo corazón a los que participaban en su asesinato y que no les guardaba ningún rencor. Lo mismo puede decirse del H. Benedicto Andrés, el cual antes de ser asesinado en Albocàsser (Castelló), habla con sus verdugos: Como español le perdono, como religioso marista le agradezco la oportunidad que me da del martirio y de dar gloria a Dios. Espero que, si en este mundo no hemos sido hermanos, por tener ideas distintas, lo seamos en el cielo.

TESTIGOS DEL DON DE LA COMUNIDAD
La comunidad es una gracia del Espíritu Santo. Reunidos sin habernos escogido unos a otros, nos aceptamos mutuamente como don del Señor (Constituciones, 63). Antes que tarea, la comunidad cristiana es un don maravilloso, como recordaba Dietrich Bonhoeffer: Esta gracia de la comunidad, que el aislado considera como un privilegio inaudito, con frecuencia es desdeñada y pisoteada por aquellos que la reciben diariamente... Por eso, a quien le haya sido concedido experimentar esta gracia extraordinaria de la vida comunitaria ¡que alabe a Dios con todo su corazón; que, arrodillado, le dé gracias y confiese que es una gracia, sólo gracia!
La mesa de La Valla nos recuerda, todavía hoy, que el Padre Champagnat hizo de la comunidad de los primeros discípulos una verdadera familia. Convocados en torno a María, a imitación de los apóstoles, reunidos en el Espíritu Santo el día de Pentecostés, reconocemos que nuestra manera de vivir la fe es en comunidad.
Don, tarea, pero también el campo de aplicación más cercano del amor universal al que nos hemos comprometido (Constituciones, 23).

Impresiona ver la vivencia comunitaria y el afecto mutuo de nuestros mártires:

• En primer lugar, cabe destacar los múltiples casos en que los hermanos de la comunidad van juntos al martirio. Por ejemplo, la comunidad del juniorado de Vic (Barcelona), en la cual fueron martirizados sus 4 miembros, que contaban entre 19 y 29 años; o la comunidad de Torrelaguna (Madrid), con 3 hermanos; o la comunidad de Chinchón (Madrid), donde viven no sólo 3 hermanos, sino también un laico que comparte el martirio con ellos; o la comunidad de la Academia Nebrija, en Valencia, formada por 4 hermanos y cuyo Superior era el H. Luis Damián, de origen francés, el cual, al ser aconsejado que fuera a hablar con el Cónsul francés, replicó: ¿Y quién se va a ocupar de mis Hermanos?; y así podríamos poner el ejemplo de otras comunidades, como la de Toledo o Málaga...

• Hoy, que valoramos de manera especial el carácter internacional del Instituto, resulta conmovedor escuchar los relatos sobre los hermanos franceses que prefirieron compartir la suerte de sus hermanos, antes que regresar a Francia. El H. Jean Marie formaba parte de la comunidad de Toledo. Cuando el cónsul francés fue a visitarlo y le informó de que había iniciado trámites para sacarlo de la cárcel y repatriarlo, el Hermano se opuso rotundamente: ¡Eso, nunca! He estado viviendo con ellos; con ellos quiero morir. De manera similar actúan el H. Luis Damián, de quien ya hemos hablado, y el H. Columbanus-Paul, martirizado con otro hermano de la comunidad de Carrejo (Cantabria).

• El H. Guzmán, director del colegio de Málaga, hubiera podido escapar. El cónsul de Italia era amigo suyo. Le propusieron que se pusiese en contacto con él, pero el Hermano les respondió: El capitán del barco ha de ser el último en salvarse. Mientras haya uno sólo en peligro, yo quedaré de timonel. En la cárcel, le dice a un sacerdote: Hubiera podido huir, pero no he querido abandonar a los míos. En calidad de director, siempre he pensado que yo debía seguir la misma suerte que los demás, y no salir de Málaga sin ellos.

TESTIGOS QUE DIERON SU VIDA
No resulta fácil encontrar las razones por las que nuestros mártires fueron asesinados, dada la complejidad del momento histórico en el que vivían. Pero es extremamente fácil, en cambio, adivinar los motivos por los que ellos dieron generosamente su vida. Discípulos de Jesús, que había dicho: Nadie me quita la vida, sino que la doy por mi propia voluntad (Jn 10,18), ellos habían entregado su vida mucho antes de que les fuera arrebatada. Su muerte no fue más que un acto de continuidad con una vida generosamente ofrecida día tras día.

Diremos a los enemigos más rencorosos: A vuestra capacidad para infligir el sufrimiento opondremos la nuestra para soportarlo. A vuestra fuerza física responderemos con la fortaleza de nuestras almas. Haced lo que queráis y continuaremos amándoos; no cooperaremos con el mal, pero tened la seguridad de que os llevaremos hasta el límite de nuestra capacidad de sufrir. Un día ganaremos la libertad, pero no será solamente para nosotros... nuestra victoria será una doble victoria. (Martin Luther King)

• Uno de los que estaban presos con los Hermanos mártires de Torrelaguna nos ha dejado esta información: Los Hermanos sabían que iban camino del martirio. Aceptaron la prueba con gran firmeza, sin optimismo ligero ni pesimismo estéril. Era más bien un santo realismo el que los llevaba a aceptar el martirio. Su valentía se mantuvo inquebrantable; así los vi marchar hacia la muerte.

• El H. Aquilino escribe a su hermana: En cuanto a nosotros, no te hagas mala sangre; las amenazas e insultos contra los religiosos, las iglesias y los conventos son frecuentes, pero no olvides que estamos en las manos de Dios y que dependemos enteramente de Él. Él nos ha llamado, nos ha reunido, y Él nos protege.

• Ante el clima de violencia que se estaba viviendo, algunos Hermanos abandonaron la vida religiosa. El H. Herminio Pascual, de 24 años, titubea en el seguimiento de su vocación. Asesorado y acompañado por el H. Felipe Neri, su entrega al Señor se fortalece. Un señor que lo aloja en Chinchón encuentra para él un escondite seguro, pero él prefiere quedarse con sus Hermanos y compartir su suerte. Con ellos será fusilado.

• El H. Benedicto Andrés está haciendo el servicio militar y se rumorea que ha dejado la vida religiosa. Su primo, el H. Jerónimo Emiliano, le escribe una carta dura. Benedicto le responde: Humanamente hablando, tendría sobrados motivos para dejarlo todo; pero, gracias a Dios, ni se me ocurre la idea de abandonar. No se me olvida que he contraído compromisos. Diles, pues, a los interesados que el H. Benedicto sigue siendo el H. Benedicto.

• Del H. Pablo Daniel, de la comunidad de Mataró, los testigos insisten en destacar el valor y la audacia del hermano. A los demás detenidos, declaraba de inmediato su identidad de religioso; lo mismo hacía con los milicianos y los jueces. Uno de los jueces, admirado de su inteligencia, se adelantó a pagarle los estudios de abogacía, pero el H. Pablo estaba profundamente enraizado en su vocación marista. Un testigo declaró: Sobre todo, fue un gran sembrador de esperanza cristiana.


• Brasas y cenizas
Al leer el testimonio de nuestros hermanos mártires, quizás más de una persona se pregunte cómo hubiera actuado, de estar en su lugar. A ese propósito, Monseñor Tonino Bello decía de sí mismo, con ironía: Si ser cristiano fuese un delito y yo fuese llevado ante un tribunal acusado de ese delito, sería absuelto por falta de pruebas.

¡Cuántos de nosotros podríamos suscribir esa dura afirmación! Quizás porque formamos parte de la Iglesia durmiente, expresión que recogí no hace mucho en una revista, refiriéndose a esa parte de la Iglesia formada por cristianos que no viven a fondo su fe o que la tienen abandonada. La sangre de los mártires interpela nuestras conciencias: ¿Qué he hecho yo con el don de la fe? ¿Qué dicen mis obras?
En todas partes del mundo se siente una urgente necesidad de renovar la Iglesia, con un retorno a lo esencial del evangelio. El Cardenal Martini expresaba magníficamente ese deseo -y una cierta frustración- en una entrevista concedida poco antes de su muerte: el P. Karl Rahner usaba la imagen de las brasas que se esconden bajo las cenizas. Veo en la Iglesia de hoy tantas cenizas encima de las brasas, que frecuentemente me asalta un sentido de impotencia...

La llegada del Papa Francisco ha sido como un soplo de aire fresco en medio de ese ambiente de impotencia y frustración. Muchos sienten que es posible una nueva primavera eclesial, como la que se experimentó con la celebración del Concilio Vaticano II. De hecho, el nombre que eligió como Papa nos remite a la experiencia de San Damiano: Francisco, ve y repara mi casa que, como ves, está en ruinas.
A Marcelino Champagnat le quemaba ese mismo deseo de renovar la Iglesia, bajo la inspiración de María. Y se compromete a hacerlo, junto a sus compañeros maristas, dejando su firma estampada en la promesa de Fourvière, a los pies de la Virgen negra.

Herederos de Champagnat, somos invitados a participar plenamente en ese movimiento de renovación personal e institucional, apartando las cenizas que amenazan con sofocar las brasas e impiden que den calor y prendan fuego. Ojalá que el contacto con las vidas de los testigos de la fe nos ayude a despertar y a avivar las brasas de la fe que recibimos en nuestro bautismo.

Nuestros mártires pagaron un alto precio por ser fieles a sus compromisos. También ellos nos estimulan a dar nuestra vida, y a ser testigos de la experiencia de Dios y del maravilloso don de la comunidad. Humildemente, discretamente, daremos nuestra contribución a modelar esa Iglesia de rostro mariano con la que soñamos.

Que cada uno de nosotros pueda decir, retomando las palabras de Tonino Bello: Orad por mí, de manera que si de veras ser cristiano fuese un delito, se me encuentre con tantas evidencias, que no haya ningún abogado dispuesto a defenderme. Y entonces, finalmente, compareceré ante los jueces como reo confeso del delito de seguir a Cristo, con todos los agravantes de una reincidencia genérica y específica. Así obtendré la anhelada condena. A muerte. Mejor dicho, a vida.
María, peregrina de la fe,
te sentimos cercana a nuestro caminar,
hecho de avances y retrocesos, 
de euforias y dudas. 
Sopla sobre las brasas de nuestra fe,
porque queremos, como tú,
como nuestros mártires,
vivir una vida feliz y plena,
entregada sin condiciones
por la causa de Jesús, 
nuestro hermano.

Amén

En esta fiesta de San Marcelino Champagnat, en la memoria de nuestros 68 mártires, dejamos que en nuestro corazón resuene el eco de la pregunta que ellos, con su vida, nos dirigen: ¿Qué has hecho con el don de la fe? ¿Qué dicen tus obras?

Fraternalmente,

Fuente: Religión Digital